El agua tiene su ciclo: llueve, cae en las tierras, una parte se filtra en los suelos hacia las aguas subterráneas y la otra corre en la superficie hacia los ríos para seguir hasta el mar, se evapora, forma nubes, se condensa, llueve otra vez. Como seres humanos y como agricultores, impactamos los ciclos de la naturaleza a veces por el bien, a veces por el mal. Como agricultores que vivimos de los recursos naturales de agua, suelo y sol, y la salud de la naturaleza muchas veces es la salud y productividad de nuestros cultivos. Así debemos propiciar que el ciclo de agua sea más estable: con eso reducimos riesgos, y mitigamos el efecto de los picos y baches en el ciclo para hacerlo más productivo.
Hoy en día se habla de agua azul y verde. El agua azul es el agua dulce que después de haber caído como lluvia, corre como escorrentía para formar cuerpos de agua superficiales (lagos, ríos, embalses), o pasa por el suelo al subsuelo para formar acuíferos subterráneos. En cambio, el agua verde es el agua de lluvia que se almacena en el suelo y queda disponible para que las plantas la absorban y la retornen a la atmósfera como vapor por la evapotranspiración después de haberla usado para el proceso de la fotosíntesis para producir biomasa y por ende las cosechas. ¡Lo sorprendente es que el agua verde conforma 65% de los flujos en el ciclo de agua! Esta distinción entre ambas nos ayuda a entender mejor las recomendaciones a hacer respecto a la adaptación de la agricultura a los cambios en el clima.
*El ciclo del agua mostrando agua azul y agua verde: Tomado del “Manual de bolsillo 3: Manejo de los recursos hídricos”, CRS (2015)
Esto es importante porque de seguir las tendencias actuales del crecimiento poblacional, durante los próximos treinta años tendríamos que duplicar la producción de alimentos para humanos y animales. Para ello necesitamos aumentar el rendimiento de nuestra producción en tierras que ya están bajo cultivo. Y esto requiere un uso más eficiente del agua. El proceso de fotosíntesis que produce material vegetal (hojas, tallos, raíces, tubérculos, frutos, granos) se basa en la evapotranspiración, el uso del agua por las plantas, y cierta pérdida de agua a través de hojas de las plantas (Manual de bolsillo 3: Manejo de los recursos hídricos). Cerca del 80% de las tierras agrícolas del mundo se cultivan en agricultura de secano. Las prácticas tradicionales como la quema y labranza intensiva resultan en pérdida de suelo y capacidad de almacenar agua en el mismo, redundando a mediano y largo plazo en rendimientos mucho más bajos que los que se obtienen con un enfoque agrícola de manejar el suelo para manejar el agua. En Centroamérica, por ejemplo, los rendimientos actuales están en un 65% por debajo del potencial genético.Mayor estabilidad del ciclo natural de agua depende de los suelos. Es por esto que promovemos las prácticas ASA, que impulsan la cobertura permanente de los suelos para favorecer un suelo sano que infiltra y almacena más del agua de lluvia.Un buen manejo del suelo y agua aumenta la resiliencia de nuestros cultivos tanto a la escasez como al exceso de agua causados por la variabilidad y el cambio climático. También , nos permitiría una gestión de nuestras tierras con visión comunitaria y territorial que nos sustente una mejor calidad de vida, tanto por la mejora en los caudales para tener agua potable y otros usos, como en el impacto al propiciar paisajes productivos y viabilizar el acceso a agua a otros sectores.
Para nuestros suelos y nuestros cultivos, estos son los puntos positivos de las prácticas ASA:
1. Reducimos la escorrentía y la erosión
Si nuestros cultivos son objeto de tormentas mayores o lluvias más fuertes, sin la cobertura de los suelos veremos más agua de escorrentía y más erosión que arrastra el suelo y los nutrientes lejos de nuestras parcelas agrícolas, especialmente cuando estamos cultivando en pendientes fuertes. Esto es una doble descapitalización: perdemos el suelo, nuestra base para la producción, y perdemos los nutrientes que tal vez nos costaron capital de trabajo al comprarlos. Para que nuestros suelos estén más sanos, hay prácticas que pueden apoyarnos: las coberturas del suelo, incluyendo los árboles en sistemas agroforestales, estimulan la naturaleza para propiciar de mejor manera el ciclo del agua. Si hay más cultivos y árboles se capta más agua en el suelo y se logra que no se vaya tanta agua en escorrentía.
Con esto estamos produciendo cursos de agua más lentos que mitigan el arrastre del suelo en la escorrentía. Lo hemos visto en nuestra región en las inundaciones: cuando el agua lleva más sólidos (suelo, lodos) en suspenso, va más fuerte, lleva más potencia y es más destructora, y propiciamos que se vaya toda el agua al mar o a los ríos y los lagos rápidamente. Un suelo con buena cobertura tiene menor escorrentía, eso permite que más agua se quede en el suelo y lleguemos al beneficio siguiente.
2. Mejoramos la infiltración
Cuando hay exceso de agua, con las prácticas ASA tenemos mayor capacidad de infiltración, es decir la cantidad de agua de lluvia que nuestros suelos pueden captar y almacenar. Con más infiltración, hay menos escorrentía, menos erosión, y menos riesgos. Por ejemplo, durante el huracán Mitch (entre octubre y noviembre de 1998) la zona del sur de Lempira, Honduras, ya tenía once años de haber iniciado prácticas agrícolas como propone ASA. Así que a pesar de que llovió tanto como en El Salvador o Guatemala hizo menos daño: los suelos agrícolas fueron capaces de absorber la mayor parte del agua que cayó y no se generaron las grandes crecidas que hubo en otras regiones, por lo que en Lempira dañó pocos suelos o cultivos. También redujo daños en las carreteras (que eran de tierra en esos años). Entonces, si se mejora la infiltración o absorción del agua en los suelos, bajamos los riegos antes eventos extremos de lluvia que son cada vez más frecuentes.
La humedad del suelo mejora con los rastrojos: el agua verde ayuda a mejorar nuestra productividad. Fotografía por Carlos Zelaya.
3. Mejoramos la materia orgánica del suelo
Aquí una parte importante del círculo virtuoso. Si hablamos de una agricultura de conservación, implica proteger la capa vegetal del suelo. Esta capa protectora, no solo propicia la infiltración de la lluvia también con la descomposición de la cobertura, aumenta la materia orgánica en el suelo. Así tenemos una mayor fertilidad del suelo y mejor acceso al agua en el suelo, las plantas producen más y vuelven más materia orgánica al suelo – un círculo virtuoso. Los beneficios pueden aumentar año con año si dejamos la mayoría del material vegetal en el campo después de la cosecha. Este ciclo provechoso comienza con un mejor manejo del agua que aumenta la producción. El manejo de las 4R (aplicando la dosis recomendada de fertilizante, en el momento, lugar y forma recomendada) también ayuda a aprovechar este agua, pues aporta para una buena absorción de nutrientes por las plantas y la hace más productiva.
Si los suelos sanos cuentan con alto contenido de materia orgánica, con diversos organismos del suelo y una estructura robusta, van a absorber con más facilidad el agua lluvia, y esta podrá ser almacenada para que las plantas la absorban durante periodos secos. Durante lluvia fuerte, este suelo también drena el exceso de agua y recarga los acuíferos.
4. Alcanzamos mayor productividad
Necesitamos mejorar tanto la captura y el almacenamiento de agua de lluvia como la productividad del agua. Tal vez parece imposible, sobre todo en áreas donde el agua es escasa y los agricultores ya luchan para cultivar alimentos y criar animales, pero si lo combinamos en el mismo campo con prácticas agrícolas para mejorar el manejo del suelo, el agua se utiliza de manera más eficiente: las ventajas de cada práctica refuerzan los beneficios de las otras. Por ejemplo, con prácticas ASA la humedad del suelo se mantiene un promedio de 4.4% o hasta un 7% más en tiempos de canícula comparado con parcelas tradicionales, lo que resulta en mayores rendimientos. Hay registros del Programa ASA que muestran que productores con sus suelos restaurados lograron US$755 más en ganancias que sus contrapartes con suelos degradados, que equivale a 7.5 meses de salario mínimo agrícola. En las parcelas ASA en 2019 los ingresos netos de maíz fueron el doble a comparación a parcelas tradicionales- $513/ha comparado con $242/ha. ¡¡Así cuidar el agua también cuida el bolsillo!!
Una agricultura que está en armonía con el ciclo del agua facilita la restauración de paisajes, como se observa en este caso en Honduras. Fotografía por Carlos Zelaya.
5. Protegemos nuestro capital
Podemos medir los beneficios de favorecer el ciclo del agua en productividad y en resiliencia. No solo es posible producir más, sino también reducir el riesgo de producir menos. Se genera mayor resiliencia, sobre todo por la posibilidad de enfrentar períodos secos imprevistos más largos. Las prácticas ASA aumentan la retención de humedad en los suelos pese a las condiciones extremas del clima: por ejemplo, aunque haya canícula alargada (hasta de 45 días) se logra al menos una cosecha poco reducida. El valor económico de reducción de riesgo permite hablar de que manejar bien el suelo es como pagar una prima de un seguro: cuando vienen los tiempos difíciles, es vital que los suelos tengan suficiente humedad o agua disponible. La capacidad de que se absorba el agua permite recapturarla para el crecimiento de las plantas, y no solo en los primeros 10 cm de suelo, sino que se hace acopio a los 30 cm del suelo y hasta más abajo.
En la sequía de 2018, en el valle de San Jerónimo, municipio de Guarite, en el sur de Lempira, la canícula inició temprano, el 7 de julio, y se levantó tarde el 21 de agosto, lo que significó 45 días sin lluvia. El productor Audelio Mejía, implementando las prácticas ASA, tuvo una reducción en su cosecha, de 70 qq/mz a solo 48 qq/mz (4.5 a 3.1 tm/ha) o sea 31 % de reducción. Hubo otros que con prácticas ASA obtuvieron resultados similares, mientras que los que no utilizaron prácticas ASA perdieron la totalidad de sus cosechas.
El suelo es el capital del productor, un capital que lo puede mejorar “desde arriba hacia abajo”. Y esto facilita que en los territorios donde hay agroforestería esté creciendo la masa forestal, en contra de la tendencia del resto del país (y casi todo el mundo).Una zona en donde crece la masa forestal se vuelve más permeable y más atractiva para la lluvia, y ayuda a que los ciclos de agua sean algo más estables. Ayuda a mejorar las cantidades de agua que se absorben en los suelos, pero también regula el agua en los cursos de los ríos y mejora la condensación para la atracción de las lluvias. Esto es importante sobre todo en lugares como Honduras donde en muchos lugares tenemos escasez de agua potable.
Finalmente, si nosotros lideramos estas prácticas que benefician nuestra agricultura podemos lograr que otros de nuestros compañeros de ruta se unan y alcancemos una gestión territorial generalizada que nos lleve a una mejor calidad de vida. Como agricultores buscamos calidad de vida, y esta se fortalece en la gobernanza, en la asociatividad, y en producir adecuadamente lo que nos lleva a ese otro nivel social y redunda en esa gobernanza comunitaria del paisaje.